Nuestros cuerpos son el resultado de una línea evolutiva que se remonta a muchos años atrás. En ellos se circunscribe la vida. Cuerpos en ese otro gran cuerpo, esa Gaia, madre viva, que nos acoge y de la que nos nutrimos y somos nutriente. Cuerpos necesarios -¿por qué si no seguiríamos aquí?- en el equilibrio energético que hace posible la vida en la tierra.
Hasta que deje de serlo. Necesario -digo.
El contacto con otros cuerpos permite solidificar enlaces, disolver los que no interesan… Trascender nuestra pequeñez y ampliar la de otros. Al margen del dolor o placer que eso nos cause. Nos concentramos y acercamos para construir lo mismo que para destruir. Amamos y odiamos con igual esmero con el que damos vueltas a un café para disolver el azúcar así como nos agitamos con pasión cuando nuestra sensibilidad se ve afectada por desgracias y alegrías.
Cuerpo: ese contenedor de vida con el que nos movemos por la tierra.
Nuestros cuerpos, también, son portadores de nuestro consciente y subconsciente, ese que nos ronda a veces como una herida y que, además, puede ser también la llaga de cuerpos de otros. Sí, algunas heridas ni nos pertenecen en exclusiva. Son marcas que persisten infligidas hace tiempo, escritas con sangre en la historia de la humanidad. Ahí nos siguen doliendo.
El cuerpo es, además, el vehículo y la herramienta con los que expresamos nuestra vida interior, en forma de creatividad explosiva o de delicada y sutil manifestación. Es caduco y tan fuerte como frágil es a veces.
Pero: ¿qué es un cuerpo? Sigue leyendo →